Un árbitro sin igual: serio, correcto y justo

Eran tiempos de juventud por allá en los años 80. Yo trabajaba en Cali

y me hicieron una oferta para que me fuera a trabajar al Huila, a una cadena de almacenes Philips y Fígaro. El dueño del aviso era un señor muy importante.
Permítame desviarme un poco para contarles más de este personaje. Su nombre era Néstor Vargas, tenía ganado y cafetales, fábrica de muebles y una cadena de almacenes en Neiva, Pitalito, La Plata, Garzón y en Florencia, Caquetá. Era de esos viejos curtidos y trabajadores, que tenía una habilidad innata para los negocios.

Recuerdo que en una ocasión, realizando un viaje en avión de Bogotá a Florencia, me dejó sorprendido por su habilidad con la palabra. El vuelo hizo una escala en Ibagué, y allí se subió al avión un señor a quien don Néstor le llamaba ‘Pelusa’. En cuestión de minutos finiquitaron el negocio de unas casas por $300 millones, sin necesidad de firmar ningún papel. Eran tiempos en los que la palabra se respetaba.

Pero les decía que me ofrecieron trabajar en la sede de Garzón, Huila, el pueblo más católico que conocí en mi vida. Hasta las películas que presentaban en el teatro debían tener el visto bueno de los curas.

Era un pueblo muy tranquilo, también. La mayor distracción era ir en las tardes a jugar baloncesto al polideportivo y los fines de semana jugar pool en los billares del viejo Peña, que administraba el hijo Francis, que tenía mucho parecido a Nicola di Bari y a él le gustaba esas baladas.
En una ocasión debí hacer un recorrido por el sur del Huila para entregar una mercancía. Fuimos a Pitalito, a San Agustín y finalmente llegamos al municipio de Maito. Había mucha alegría, y me encontré un paisano, el único negro que trabajaba en ese pueblo, profesor del colegio, y le pregunté: ¿qué pasa?
Me dijo: “es que hoy hay un gran partido de fútbol, juegan los Leones y los Tigrillos y el árbitro es el ‘rey Salomón’”. Le pregunté por qué le decían así y me dijo, ampliando mi curiosidad: “ya lo verás”.
Empezó el partido y el árbitro vestía de negro entero, con pantaloneta más ancha de lo normal. A los 20 minutos se cometió una falta al delantero de los Tigrillos, y el árbitro pitó penalti. Unos decían que la falta había sido dentro del área, otros que era afuera, y los jugadores de Leones se fueron furiosos a reclamarle al árbitro. De inmediato el árbitro sacó su revólver y les dijo: “aquí el que manda soy yo”.
Hizo dos tiros al aire para calmar los ánimos y que se cobrara el penalti. A partir de ese momento cargaba en una mano el pito y en la otra el revólver, y decían que eso sucedió porque antes los jugadores le pegaban al árbitro. A partir de esa fecha se acabaron los pleitos y las discusiones dentro de la cancha y el árbitro, que se llamaba Salomón, dentro de la cancha era el ‘rey Salomón’.

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