Por Jesús Agualimia – Director de Pacífico Siglo XXI
Todos los días me pregunto cuál es la fórmula para acabar con el racismo y la discriminación racial en Colombia, y en especial en el Pacífico. Es algo que veo a diario. Sin embargo los negros no se dan por enterados. Es un racismo asolapado con un tinte de amistad de parte del mestizaje que tiene el poder económico en Buenaventura, y esa discriminación va desde lo cotidiano en sectores de vecindad, hasta las instancias más altas del poder, pero se hace evidente en el empleo.
Cuánto daría por entender por qué los negros de hoy son tan pasivos, por qué sufren estoicamente el dolor de la pobreza, el hambre, la insalubridad y la muerte en silencio. Nadie se levanta para protestar por esa nueva forma de esclavización, y lo peor es que los mayores se están muriendo y la nueva generación se blanqueó sin rebeldía.
Lo hemos dicho: en Colombia somos tratados como extraños en nuestra propia tierra. No entiendo cómo nunca a la mayoría de los negros les da por pensar el por qué somos los más pobres del país.
Nunca he podido entender por qué a negros y mestizos les parece raro que los afro siembren coca o marihuana. En otras zonas la comercializan o en otros casos se van de polizontes, se vuelven contrabandistas, sicarios, guerrilleros o delincuentes, si es la más rápida oferta que tienen en su desespero por sobrevivir en un Estado indolente frente al sufrimiento del pueblo.
En una sociedad tan desigual, no me sorprende que la mayoría de los alcaldes terminen en la cárcel por malgastarse el presupuesto de sus municipios, y lo más extraño es que esto se repite una y otra vez y nadie le da por preguntarse el por qué de ese fenómeno para entender de dónde viene el problema y mirar las soluciones.
En ese punto es bueno traer a colación las palabras del presidente norteamericano Lyndon Jhonson en 1965, cuando logró que el Senado aprobara los derechos civiles de los negros después de la lucha de Martin Luther King. Lyndon dijo: “No podemos tomar a alguien que ha estado encadenado por años, liberarlo, ponerlo en la línea de arranque y decirle que ahora está libre para competir con los demás y creer sinceramente que con eso hemos actuado con toda justicia… hombres y mujeres de todas las razas nacen con las mismas capacidades, pero la capacidad no es solo producto del nacimiento; la capacidad se ve ampliada o impedida según la familia con que se vive, la escuela a la que se asiste. El grado de riqueza o pobreza que a uno lo rodea es el producto de cientos de fuerzas invisibles que actúan sobre el pequeño infante, sobre el niño y finalmente sobre el hombre”.
La discriminación en el Pacífico se sufre sobre todo en los puestos de trabajo, pero el empleador lo justifica basado, según él, en la incompetencia de los negros. Pero olvida que por esa falta de oportunidades ese negro está condenando al resto de su generación para ser educada, porque la pobreza se hereda, así como la riqueza.